Breve ensayo sobre el sifón

Diego Díaz Córdova
Leedor
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3 min readFeb 22, 2024

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Siempre me gustaron mucho las bebidas con burbujas. Me gustan las burbujas y la espuma. Hace ya varios años se puso de moda el servir la cerveza sin espuma, no cuenten conmigo, lo que más me gusta de la cerveza es la espuma (y las burbujas). Soy medio fanático de la gaseosa y del champagne y si el mate tiene espuma, mucho mejor. Mientras más grandes sean las burbujas, mejor; entiendo que hay gente a la que le cae mal a la panza, a mi no, no sólo no me hacen nada en el aparato digestivo sino que la sensación me produce un enorme bienestar.

El rey de las bebidas con burbujas es el sifón de soda. No hay con que darle, las botellas son meras sombras en la caverna platónica, la realidad de las bebidas con gas se encuentra atrapada en el sifón, que como una lámpara mágica de las Mil y Una Noches libera al genio y nos cumple el deseo de algo refrescante y pleno de cosquillas en la garganta. La sensación comienza en la lengua y el paladar, como pequeñas explosiones que se deslizan, a los saltos, hacia la garganta que es donde el placer alcanza su punto cúlmine.

El propio sifón, como objeto, es una obra del arte industrial. Una mezcla de lo mejor de la industria y lo mejor del diseño, la modernidad hecha/echa soda, la vanguardia del arte asaltando a la industria; belleza y sabor carbonatado, envasado en un exoesqueleto de vidrio y metal. Los hay de colores, con malla y sin malla, retornables, descartables y rellenables; hasta los de plástico tienen su onda, no tanta, es cierto, los más feos son los descartables del súper, pero los retornables de plástico del sodero que sigue viniendo a casa, conservan algo del viejo esplendor.

La versatilidad de la soda es notable. Se puede usar para hacer tragos o para beber sola (bien fría en verano es insuperable). Recuerdo una publicidad de soda, de la década del 70, cuando era muy chico, hecha por Luis Landriscina, que se preparaba el mate con soda; a mi me parecía el Topos Urano de la sofisticación, un nuevo nivel de placer: mate cebado con soda. De grande empecé a usar la soda para cortar el dulce excesivo de la gaseosa, un poco de fanta y un poco de soda (de sifón) y de ese modo alcanzar el nivel de dulzura adecuado pero con una cantidad extra de burbujas.

Cuando era chico se decía también que los sifones podían explotar y recuerdo manipularlos con sumo cuidado. Incluso decían que esa armadura medieval que portaban era la protección contra la explosión. Sospecho que era una leyenda urbana, que lo único que hacía era agregar misterio a la fiesta de burbujas. Esos primeros escarceos con los sifones venían acompañados de un poquito de vino. Sí, vino con soda a los niños, así me crie, algo que sospecho hoy sería causal de escrache.

Al parecer la invención del agua carbonatada (tal parece ser su nombre técnico) ocurrió a fines del siglo XVIII y para mediados del siglo XIX su consumo estaba muy extendido, de hecho a mediados de ese siglo ya existía una fábrica de soda en la ciudad de Buenos Aires. No me queda claro si se usaba sifón o simplemente era la famosa “agua con gas”. En las décadas del 20 y del 30 vemos sifones de todos los colores y formas (respetando la estructura básica) en películas y fotos, asumimos por tanto que el uso del sifón fue extendido en aquellos años, pero que luego de la II Guerra Mundial, su consumo quedó reducido a unos pocos lugares (Buenos Aires entre ellos).

La soda es un símbolo de la identidad porteña (iba a escribir rioplatense, pero la realidad es que desconozco si en Montevideo o en Rosario se consume). Si bien la posmodernidad atacó a las burbujas, creando engendros marketineros como “agua finamente gasificada” y desterró de muchos bares y restaurantes al sifón individual, cambiándolo por una botella, el sifón sigue resistiendo, como resistió el tango o aún resiste el rock. Tal vez sea un talibán de la soda, pero es de las cosas que más extraño cuando me alejo de Buenos Aires.

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Diego Díaz Córdova
Leedor

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